viernes, 21 de diciembre de 2018

El encubridor (Poesia)

El encubridor

Ese que sale de su país porque tiene miedo, 
no sabe de que, 
miedo del queso con ratón, 
de la cuerda entre los locos, 
de la espuma en la sopa. 
Entonces quiere cambiarse como una figurita, 
el pelo que antes se alambraba 
con gomina y espejo lo suelta en jopo, 
se abre la camisa, muda de costumbres, 
de vino, de idioma. 
Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor, 
y duerme a pata ancha. 
Hasta de estilo cambia, 
y tiene amigos que no saben su historia provinciana, 
ridícula y casera. 
A ratos se pregunta como pudo esperar 
todo ese tiempo 
para salirse del río sin orillas, 
de los cuellos garrote, 
de los domingos, lunes, martes, miércoles y jueves. 
A fojas uno, si, pero cuidado: 
un mismo espejo es todos los espejos, 
y el pasaporte dice que naciste y que eres 
y cutis color blanco, nariz de dorso recto, 
Buenos Aires, septiembre. 
Aparte que no olvida, 
porque es arte de pocos, 
lo que quiso, 
esa sopa de estrellas y letras que infatigable comerá 
en numerosas mesas de variados hoteles, 
la misma sopa, pobre tipo, 
hasta que el pescadito intercostal 
se plante y diga basta. 
Antes, después
como los juegos al llanto
como la sombra a la columna
el perfume dibuja el jazmín
el amante precede al amor
como la caricia a la mano
el amor sobrevive al amante
pero inevitablemente
aunque no haya huella ni presagio

aunque no haya huella ni presagio
como la caricia a la mano
el perfume dibuja el jazmín
el amante precede el amor
pero inevitablemente
el amor sobrevive al amante
como los juegos al llanto
como la sombra a la columna

como la caricia a la mano
aunque no haya huella ni presagio
el amante precede al amor
el perfume dibuja el jazmín
como los juegos al llanto
como la sombra a la columna
el amor sobrevive al amante
pero inevitablemente

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viernes, 16 de noviembre de 2018

Los amigos (Cuento)

Los amigos (*)
(Cuento) (**)


En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Bel­trán recibió la información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mien­tras se bañaba en su departamento, escuchando el no­ticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras.
En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pen­sar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas infor­maciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza de la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a en­contrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido —y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo— todo quedaría despa­chado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido.
Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apre­taba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia.
A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorpren­dido. La primera bala le dio entre los ojos, después Beltrán tiró al montón que se derrumbaba. El Ford salió en diagonal, adelantándose limpio a un tranvía, y dio la vuelta por Tacuarí. Manejando sin apuro, el Número Tres pensó que la última visión de Romero había sido la de un tal Beltrán, un amigo del hipó­dromo en otros tiempos.


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(*) No confundir con la poesía titulada igual (Ver Post)
(**) Incluido en la segunda edición del libro Final del Juego, publicado en 1964) 


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miércoles, 17 de octubre de 2018

Julio Cortázar y sus amigos

Julio Cortázar y sus amigos

Por JUAN CAMILO RINCÓN - Especial para EL TIEMPO (26-Ago-2016)

En su libro Salvo el crepúsculo, Julio Cortázar (26 de agosto de 1914 - 12 de febrero 1984) habla sobre sus amigos, a quienes se refiere como “livianamente hermanos del destino, dioscuros, sombras pálidas, me espantan las moscas de los hábitos, me aguantan que siga a flote en tanto remolino”.

En el juego de la vida, como en su literatura, la amistad fue un motor que lo condujo permanentemente. Como valor más preciado, lo incentivó a encontrar diferentes pensamientos y culturas que lo llenaron de experiencias y le dieron elementos esenciales y fundantes para escribir.

Bajo el riesgo de sonar atrevido, puedo pensar que en Cortázar se expresan tres formas de amistad. La primera y más estudiada es la de aquellos encuentros con seres entrañables como la familia Jonquières, relación que nace en la capital argentina y llegará hasta el fin de su vida, revelada en las cartas de María Rocchi y Eduardo con Julio y Aurora, cuya belleza resulta entrañable.

Existieron otras relaciones como la que sostuvo con Armando Calveyra, Francisco Luis Bernárdez (familiar de Aurora), los Burd, Claribel Alegría, Jean Barnabé, Jean Thiercelin y muchos otros que fueron sus confidentes, tanto en Buenos Aires como en París, bajo un carácter más personal y afectuoso.

Están también sus amigos literarios, a quienes me refiero en Viaje al corazón de Cortázar. El cronopio, sus amigos y otras pachangas espasmódicas. Hablar sobre ellos es hacer un recuento de la historia de la literatura de nuestro continente. Por ello, espero que este libro le dé el placer de conocer –o recordar– anécdotas y momentos que le dieron forma a uno de los grandes regalos que hizo Latinoamérica a la cultura occidental: su literatura en el siglo veinte.

Canto a la amistad

El 8 de diciembre de 1968 Julio Cortázar, Carlos Fuentes y García Márquez tomaron un tren nocturno de París a Praga para encontrarse con Milan Kundera, gracias a una invitación de la Unión de Escritores Checos. Querían recorrer la ciudad donde nació Kafka, que poco tiempo antes había sido invadida por tanques rusos. La charla, como lo inmortaliza Fuentes, se inició con un Cortázar “que fue hilvanando temas como un cuentista árabe de la plaza de Marrakech. Recordó todas las novelas que sucedían en trenes, en seguida las películas en trenes, y por último, a partir del swing de Glenn Miller, el ritmo de locomotora del jazz”.

Antes de ir a dormir, el mexicano le preguntó a Julio dónde y en qué fecha “el piano fue introducido en la orquesta de jazz”. Como lo recuerda Gabo, la pregunta fue casual, pero “la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta altas horas del amanecer entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas”. Su elocuencia los maravilló.

“Llegaron rendidos a Praga” –recuerda el mexicano. “En la estación helada nos esperaba Milan Kundera, quien sugirió que nos fuéramos a un sauna. Según Milan, todas la paredes en Praga tenían orejas, y solo el sauna estaba libre de las escuchas oficiales del gobierno comunista”. Ese día, luego del baño de calor, el autor checo empujó a García Márquez y a Fuentes al heladísimo río Ultava, en un gesto de simpática broma. Al respecto, el escritor colombiano rememora que “ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irresistible”.

Luego tuvieron otros encuentros, aunque no tan sustanciales como aquel viaje. García Márquez recuerda de Cortázar que “lograba seducir por su elocuencia, por su erudición árida, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos”. Además, reconocía un sentimiento que nacía de todos los amigos del argentino: la devoción. Por ello decidió que su partida eterna fuera vista con “el júbilo inmenso de que haya existido, con alegría entrañable de haberlo conocido y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa, pero tan bella e indestructible como su recuerdo”.

Volviendo a las jornadas inolvidables para la literatura latinoamericana, hay que recordar aquella que tuvo lugar en Avignon (Francia), el 15 de agosto 1970, tras el estreno de la obra de teatro de Carlos Fuentes El tuerto es rey. El mexicano decidió invitar a varios escritores para encontrarse allí: “La expedición se organizó desde Barcelona. Mario Vargas Llosa y Patricia, que acababan de mudarse a la capital catalana, José Donoso y Pilar, y Gabo y Mercedes, con sus dos hijos, tomaron el tren desde Barcelona hasta Aviñón para la première”.

Desde París viajó el novelista español Juan Goytisolo, y todos llegaron a Saignon, muy cerca del lugar del estreno, donde solía ir Cortázar a descansar. El argentino organizó una cena en un restaurante local; la noche finalizó en su casa, en una gran velada colmada de botellas de alcohol, risas y baile. Hoy es imposible y a la vez imprescindible imaginar la gran genialidad de la atmósfera en esa extraordinaria noche.

Cortázar recapitulará aquella pachanga espasmódica –como él mismo la denominó– de una forma cariñosa: Tuve a Carlos (Fuentes), a Mario Vargas (Llosa), a (Gabriel) García Márquez, a Pepe Donoso, a (Juan) Goytisolo, todos rodeados de amiguitas, admiradoras (y ores), lo que elevaba su número a casi cuarenta; ya te imaginás el clima, las botellas de ‘pastis’, las charlas, las músicas, la estupefacción de los aldeanos de Saignon ante la llegada de un ómnibus especialmente alquilado por los monstruos para descolgarse en mi casa.. Fue muy agradable y muy extraño a la vez; algo fuera del tiempo, irrepetible por supuesto, y con un sentido profundo que se me escapa pero al que soy sin embargo sensible”.

Ese diciembre coincidieron todos en Barcelona. Una semana antes de Navidad, Cortázar y Ugné viajaron desde Francia. Se encontraron García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y Goytisolo, todos con sus esposas, en el restaurante La Font dels Ocellets en el barrio gótico. Para ordenar la comida en aquel lugar, debía escribirse en una hoja lo que se deseaba; sin embargo, distraídos a causa de la alegría de verse, no cayeron en cuenta de hacer el pedido. Harto de la espera, el mesero dio quejas al dueño, quién salió de la cocina; “con cara de pocos amigos y, con un marcado sarcasmo catalán, preguntó a los comensales: ‘¿Alguno de ustedes sabe escribir?’ ”. Estupefactos ante lo irónico del momento, quedaron en absoluto silencio; solo Mercedes pudo responder: “Yo, yo sé”, para luego leerles la carta a todos y anotar sus pedidos.

Celebraron la Nochebuena juntos y bailaron toda la velada. El escritor chileno José Donoso recuerda que fue en aquel festejo cuando el boom terminó como una unidad: “Cortázar, aderezado con su flamante barba de matices rojizos, bailó algo muy movido con Ugné; los Vargas Llosa, ante los invitados que les hicieron rueda, bailaron un valsecito peruano, y luego, a la misma rueda que los premió con aplausos, entraron los García Márquez para bailar un merengue tropical”.

Después de ese momento fue muy difícil verlos a todos en pleno, otra vez juntos. Los conflictos por la posición política respecto a Cuba y otros incidentes personales que terminarán en el puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez en el 76 llevaron al declive de esta importante unión intelectual para nuestro continente.

Julio y Gabo tenían un gran interés en generar conciencia política sobre las atrocidades de las dictaduras militares que socavaban el alma de nuestro continente. Con este fin hacen parte del Tribunal Russell, dedicado a investigar y juzgar crímenes de guerra. Con esta excusa, se encontraron de nuevo en 1975 en uno de los eventos más representativos llevados a cabo en México para defender al pueblo chileno. Cortázar creía tanto en la fortaleza ideológica y política de su amigo colombiano que decía que su nombre demuele “moralmente cualquier dictadura”.

En marzo de ese mismo año nació El otoño del patriarca, una de las novelas más reconocidas de García Márquez y que tuvo un gran impacto en el ámbito internacional por su crudeza al describir las dictaduras de nuestro continente. De esta obra Julio Cortázar dijo: “Leí El otoño. Su único enemigo es Cien años de soledad, pero me entendés cuando digo enemigo. Gabo ha demostrado que tenía fuerza y materia para otro libro igualmente inmenso; ahora que los demás le busquen pelos en la leche on s’en fout éperdument”.

Un encuentro más formal e interesante entre Carlos Fuentes, García Márquez y Julio Cortázar se dio el 21 de mayo de 1981, en la ceremonia de posesión de François Mitterrand, con la presencia de la viuda de Salvador Allende, Hortensia. Era la primera de muchas investiduras presidenciales protagonizadas por amigos personales a la que asistirían. Al respecto, Carlos Fuentes recuerda: “Durante el almuerzo de Estado en el Elíseo, el nuevo presidente nos pidió que lo acompañáramos a su despacho a fin de atestiguar su primer acto de gobierno: firmar sendos decretos otorgándoles la nacionalidad francesa a Milan Kundera y a Julio Cortázar, ambos exiliados por las dictaduras, comunista la de Praga, fascista la de Buenos Aires”.

Después de su fallecimiento, el escritor mexicano recordó a Cortázar en innumerables homenajes y conferencias; lo llevaba tan profundo en su corazón que nunca escatimó palabras para reconocer la influencia de su amigo: “Es Julio Cortázar, y creo que ni Gabo ni yo seríamos lo que somos o lo que aún quisiéramos ser sin la radiante amistad del Gran Cronopio. En Cortázar se daban cita el genio literario y la modestia personal, la cultura universal y el coraje local. ‘Las Malvinas son argentinas’, solía decir. ‘Los desaparecidos, también’ ”.

De los tres, Cortázar fue el primero en morir. Fuentes recuerda que, al enterarse Márquez del fallecimiento del argentino, solo le dijo: “No es cierto. No se ha muerto. No creas todo lo que se dice en los periódicos. Porque existen complicidades amistosas que no se acaban nunca”. Su cariño entrañable duró muchos años más, tanto que, en la década de los noventa, García Márquez y Carlos Fuentes hicieron parte de la cátedra en honor del argentino en la Universidad de Guadalajara. Ahora los tres están juntos en el cielo, o en aquel magnífico lugar donde habitan los grandes.

Fuente

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domingo, 9 de septiembre de 2018

Viaje al Corazón de Cortázar: El Cronopio, sus Amigos y otras Pachangas Espasmódicas (Libro sobre Cortazar)

Viaje al Corazón de Cortázar: El Cronopio, 
sus Amigos y otras Pachangas Espasmódicas


Autor: Juan Camilo Rincón
Editorial: Libros y Letras
Año de publicación: 2015
ISBN: 9789584660558

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Algunas palabras sobre Viaje al corazón de Cortázar - Por: Pablo Di Marco

Días atrás alguien me preguntó si era necesario un nuevo libro sobre Cortázar. Mi respuesta fue tan inmediata como obvia: “Mientras esté bien escrito y tenga algo nuevo que aportar, por supuesto que sí”.  Y no hay mejor ejemplo de ello que Viaje al corazón de Cortázar, ensayo en el que Juan Camilo Rincón hecha luz sobre las amistades literarias del escritor argentino; encuentros, correspondencia, lecturas y vínculos con Borges, Pizarnik, Fuentes, Onetti, García Márquez y tantos más.

¿Por qué los lectores de Cortázar volvemos una y otra vez, ya no solo a sus cuentos y novelas, sino también al mundo privado del cronopio más querido? Juan Camilo Rincón nos lo responde en cada una de las páginas de su ensayo: rever a Cortázar —y a los libros que giran en torno a su figura— no solo nos da la posibilidad de redescubrir a una de las plumas más brillantes del siglo XX, también nos permite revivir una época añorada. Un tiempo en que la publicación de los libros de nuestros escritores favoritos se esperaba con la misma ansiedad con la que hoy muchos aguardan la llegada de un nuevo modelo de teléfono celular. Libros que se compraban el mismo día que salían a la venta, se leían —o mejor dicho: se devoraban— en cuestión de horas, y se comentaban y discutían en los bares de la calle Corrientes en tertulias que se extendían hasta el amanecer. Un tiempo en el que nadie ponía en duda de que la literatura podía salvar al mundo y hacer de los hombres, hombres mejores. Es inevitable preguntarse dónde quedaron aquellos días. ¿En qué momento la televisión y las redes sociales ocuparon el lugar de Paradiso y Rayuela? ¿Cuándo fue que el apuro y la codicia reemplazaron a la pausa y la contemplación? ¿Por qué decidimos jodernos la vida de tal manera? 

Tal vez nunca podamos —ni querramos— respondernos esas preguntas, pero siempre nos quedará la posibilidad de releer aquellas viejas historias que nos enamoraron tantos años atrás, como así también descubrir nuevos libros como Viaje al Corazón de Cortázar.

El vínculo con Borges a través de los años, las cartas —tan adorables como desgarradas— con una Alejandra Pizarnik incapaz de hacerle frente a sus oscuridades, la amistad a la distancia con Neruda, el descubrimiento de una Habana riesgosa, callejera y musical, el descubrimiento de clásicos como Cien años de soledad y La ciudad y los perros… apenas algunos de los recuerdos que Juan Camilo Rincón nos ofrece amalgamando la rigurosidad informativa del periodista con la prosa del escritor apasionado. 

Un último agregado: para quienes amamos al libro como objeto Viaje al corazón de Cortázar guarda un premio extra: a la impecable edición del libro se le suman las ilustraciones de la artista visual Daniela Garavito. Basta mencionar los dibujos de jeringas y chalecos de fuerza del capítulo dedicado a Pizarnik, o los retratos de diversos autores como Vargas Llosa y Benedetti para comprender hasta qué punto Garavito complementa y enriquece con sus trazos la certera, melancólica y la vez actual escritura de Juan Camilo Rincón.

Buenos Aires, diciembre 2015

Fuente

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lunes, 20 de agosto de 2018

Oh Libro (Link)

Copio esta breve biografía solo para hacer un post mas adelante. En dicho link se encuentran una gran cantidad de tapas de libros que asu vez son links a los libros.

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Escritor argentino. Hijo de un diplomático, a los cuatro años se trasladó con su familia a Argentina, donde estudió magisterio y filosofía y letras y, posteriormente, trabajó como maestro rural. En 1939 apareció Presencia, libro de poemas que publicó bajo el seudónimo de Julio Denis y al cual siguieron Los reyes (1949) y Bestiario (1951). Tras una breve estancia en París, se instaló definitivamente en Francia, donde escribió dos libros de relatos, Final del juego (1956) y Las armas secretas (1959) –uno de cuyos cuentos sirvió de punto de partida a M. Antonioni para el guión de su película Blow-up–, y una novela, Los premios (1960). La incursión en el ámbito de lo fantástico, indisolublemente ligado para el autor a lo cotidiano, fue una constante en estas primeras obras que se prolongó a lo largo de toda su producción. Tras Historias de cronopios y de famas (1962), apareció Rayuela (1963), una de las obras clave de la literatura hispanoamericana contemporánea, que supone la consolidación de un estilo personal, rebelde y paródico, expresión de un individualismo tierno y profundamente humano, patente en títulos como Todos los fuegos el fuego (1966), La vuelta al día en ochenta mundos (1967), 62, modelo para armar (1968), propuesta de ampliación del capítulo 62 de Rayuela, y Último round (1969). En la década de 1970, su actitud de compromiso con los movimientos de liberación de América latina y su constante defensa de los derechos humanos incidieron de manera decisiva en su producción, particularmente en su polémica novela Libro de Manuel (1973). A este período pertenecen títulos como Prosa del observatorio (1972), Octaedro (1974), Dossier Chile: el libro negro (1976), El bestiario de Aloys Zotl (1976) y Alguien que anda por ahí (1977). Entre sus últimas obras se cuentan Un tal Lucas (1979), Queremos tanto a Glenda (1980), Deshoras (1982), Los autonautas de la cosmopista (1983), Nicaragua, tan violentamente dulce (1983), Argentina, años de alambradas culturales (1984), el libro de poemas Salvo el crepúsculo (1984), la novela El examen (escrita en 1950 y publicada en 1986), los Cuentos completos (1994) y la recopilación de textos inéditos Papeles inesperados (2009); los cinco últimos editados póstumamente.



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sábado, 14 de julio de 2018

Entrevista Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (20-Nov-1975)

Singular entrevista que el 20 de noviembre de 1975 concedió a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, una charla de 43 minutos que aún reposa en los anaqueles del edificio en Washington y que desde septiembre de 2015 está disponible en su sitio web:
https://www.loc.gov/item/93842552/

En esa entrevista, que puede escuchar en este enlace  y en la parte final  de esta misma nota, Cortázar se mostraba “convencido” de que continuaría el auge de la novela latinoamericana en el mercado literario mundial pues, entonces, el autor de ‘Rayuela’ consideraba que los escritores de la primera etapa del 'Boom' eran gente vieja y estaban empezando a ganarse “el derecho a no escribir más”, pero anticipaba el inicio de una nueva generación de grandes autores en todo el continente. Finalmente, se puede oír a Cortázar leyendo 14 de sus más memorables relatos, como ‘Instrucciones para dar cuerda al reloj’, ‘Fin del mundo del fin’ o ‘Lo particular y lo universal’.

Escuche en el audio adjunto a Julio Cortázar leer sus siguientes obras:


  1. Instrucciones para dar cuerda al reloj (min. 13:06)
  2. Correos y telecomunicaciones (14:15)
  3. Vietato introdurre biciclette (17:34)
  4. Fin del mundo del fin (20:43)
  5. Discurso del oso (25:58)
  6. Viajes (28:16)
  7. Conservación de los recuerdos (30:00)
  8. Comercio (32:17)
  9. Historia (34:56)
  10. Inconvenientes en los servicios públicos (35:25)
  11. Lo particular y lo universal (37:50)
  12. Flor y cronopio (39:27)
  13. Fama y eucalipto (40:06)
  14. Tortugas y cronopios (41:02)


Fuente: www.bluradio.com




miércoles, 28 de febrero de 2018

domingo, 21 de enero de 2018

La puñalada / El tango de la vuelta (Libro editado en 1984 con ilustraciones del pintor holandés Pat Andrea)


La puñalada / El tango de la vuelta 
Libro editado en 1984  con ilustraciones del pintor holandés Pat Andrea. 
Brussels, Éditions Elisabeth Franck, 1984 – 1st edition 34 x 25 cm. Texto en francés
Es una colaboración del año 1979 pero no sé si se editó antes de 1984.
(También: Ed. 2014 Libros del Zorro Rojo, 96 páginas)







«Al quinto día lo vio seguir a Flora que iba a la tienda y todo se hizo futuro, algo como las páginas que le faltaban en esa novela abandonada boca abajo en un sofá, algo ya escrito y que ni siquiera era necesario leer porque ya estaba cumplido antes de la lectura, ya había ocurrido antes de que ocurriera en la lectura.»

La puñalada / El tango de la vuelta nace de la colaboración en 1979 entre Pat Andrea, entonces un joven pintor holandés, y el escritor argentino Julio Cortázar.
Andrea viaja a Argentina el 25 de marzo de 1976, un día después del golpe de estado que dio inicio a la dictadura del general Videla. La brutalidad y conmoción que vivió durante aquel tiempo le llevó a realizar, ya en Europa, una serie de treinta y cuatro dibujos cuyo obsesivo tema es la puñalada, imagen tomada también de aquel tango del mismo nombre que tocaba la orquesta de Juan D’Arienzo.
Con la idea de realizar un libro a partir de estas ilustraciones, Pat Andrea contacta en París con Julio Cortázar, quien tras ver las ilustraciones queda fascinado por ellas, le regala un cuento, El tango de la vuelta.

La puñalada / El tango de la vuelta es una obra hasta ahora prácticamente inaccesible, creada por uno de los más destacados escritores latinoamericanos del siglo XX y uno de los artistas plásticos más representativos del neoexpresionismo.

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Foto de la Ed. 2014 de Libros del Zorro Rojo, 90 páginas 



(Tengo un ejemplar en mi colección - Ver Post)

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